Thursday, January 02, 2014

Pretexto para una amarilla queja.

Cuando a una alumna de letras le preguntan por un listado de 10 libros que haya leído recientemente y hayan permanecido con ella "de algún modo", es catastrófico.

En visperas de año nuevo, como es tradicional, las personas hacen recuentos de lo más memorable, lo relevante, lo mejor y lo peor. A mi, me dejaron caer esta aparentemente inocua pregunta, que rápidamente se convirtió en una devastadora bomba H.

Como alumna de Letras hispanas, sería lógico asumir que gran parte del currículo esté enfocado a leer las "grandes" [sic.] obras. Por supuesto que la clasificación y definición del canon es algo problemático -hay miles de artículos de critica teórica al respecto- y en primera instancia, subjetivo, sin embargo, con el tiempo y con las opiniones de las grandes vacas sagradas, el canon debería haber venido a representar las obras más relevantes, más importantes, más bellas, más innovadoras, más eruditas; vaya obras excepcionales de la literatura hispana. Durante el transcurso del 2013, mis lecturas académicas obligatorias de textos primarios debe rondar cerca de los 60 libros, 10 más, 10 menos.  ¿Qué resalta? La contundente falta de historias que hayan permanecido conmigo.  Los personajes realmente memorables brillan por su ausencia. Es algo terrible.

Destacan un par de personajes José Fernández de "De Sobremesa" y Trotaconventos de "El Libro de buen amor". Ésta última es un personaje femenino corrupto dinámico y excepcional, que fácilmente se puede conectar a la tradición de la alcahueta y directamente con uno de mis personajes favoritos; con Celestina. A pesar de que la crítica la clasifica mayormente como una caracterización celestinesca rudimentaria o proto-celestina, creo que Trotaconventos sin duda es un gran personaje que se distingue sola, sin necesidad de utilizar la la tradición posterior para darle valor.  Celestina es una bastardización de Trotaconventos y jamás lo inverso. José Fernández por su parte es un personaje que vive de la ambigüedad y contradicciones de su persona, entre lo que escribe, lo que hace y como se ve, entre América y Europa, entre su yo interior y su diario. Silva nos describe un personaje impresionante, desde dos perspectivas, la autoconsciente de José Fernández autor y la de la voz narrativa que es tan sutil que casi es indistinguible. El desdoblamiento moral de José Fernández a lo largo de la novela lo hace un personaje esquisto, memorable y difícil de categorizar. Fernández y sus mujeres, pero sobre todo, Fernández y Helena, ese amor tan carnal y jamás consumado, y a la vez, todas sus mujeres fueron Helena, y ninguna lo fue. Vaya, José Fernández es uno de los grandes personajes literarios. Tulio Arcos de "Sangre Patricia" también es un personaje muy bien logrado, su semblante es similar al de José Fernández, y por esto, elegiré la historia de Sangre Patricia por encima del personaje. Sangre Patricia es una historia trágica, que explora la dualidad y complementariidad de características de personalidad heredadas de la familia.  La historia es un gran ensayo sobre la dialéctica entre la fuerza intelectual y la fuerza física. La historia es sólida, la narrativa te mantiene cautivo y en ningún momento te deja perder interés.  Hacia el final, cuando creemos adivinar como va a acabar la novela, nos da un sorprendente giro metafísico que hace maravilloso el final. Una gran novela psicológica. Mencionaré también a Horacio Quiroga y sus cuentos cortos. Simples, crudos y repletos de yaras y de muerte, siempre de muerte. Es mi gótico hispanoamericano.

Un poco más tradicionalmente canónico Espronceda y su magistral poesía.  Tengo un gusto mal sano por su métrica y su verso excepcional.  Espronceda crea ambientes, crea sentimientos, crea espacios, pero no crea personajes ni historias particularmente memorables (opinión). Y claro, Dario.  Pero como con Espronceda, mi romance con él comenzó mucho antes de la facultad, por lo cual Omitiremos a estos dos.

Tomé un curso de literatura cubana, estaba emocionadisima.  En retrospectiva recuerdo poco, fuera del sentimiento de decepción y desilusión. Terminé los famosos capítulo 7 y 12 de Paradíso (lamentablemente no hubo tiempo de leer más) de Lezama y comprendí su famosisima cita "sólo lo difícil es estimulante". El afro-cubanismo de Guillen et al. es interesante, pero no cautivante, tal vez con la excepción de Carpentier, a quien por cierto, no leímos. El artificio en Tres Tristes Tigres fue metodologicamente interesante de estudiar, una -probablemente la única- novela sólida que leímos y sin embargo, me quedo con Ulysses.

Estoy tentada a parar de contar. Cinco obras de 60 que se quedan conmigo y de las cuales tengo la intención y el deseo de volver a leer, a volverme a sumergir en ellas, a volver a vivirlas.  Sólo cinco obras.

¿Dónde están las Polas? ¿Dónde está el "Ella habitaba un cuento"? ¿El eroticismo de: la cuenta, mía y la de la pareja de la mesa de la esquina?  ¿Dónde un crudo Adonis García vagando por la ciudad de México? Sí, ya sé que mis gustos no son particularmente canónicos.  Sé qué amo a mis personajes homosexuales y el humor ácido y pesimista mexicano, pero no por eso no disfruté lo lai y la siempre popular Rayuela. No por eso no amo al Conde Tolstoi por encima de todos los demás autores. No por eso no adoré Fortunata y Jacinta.

Y sin embargo, de lo leído en la escuela, ¿con que me quedo después de 3 semestres? ¿Con Martí? ¿Con el ya en su época anacrónico López de Ayala? ¿Con la moralizante "Casarse pronto y mal"? ¿Con Don Giovanni - perdón- Don Juan Tenorio o Don Alvaro, que es lo mismo, y ambas hechas de manera menos magistral que la italiana? ¿Por qué ... por qué leemos María?

¿Dónde quedó el Comendador? El chillón "-¡Diles que no me maten!" o el "vine a Comala" o "nuestro modesto amor conyugal", el "verde que te quiero verde" o "el más adorable sueño de amor que haya tenido nunca" o "¿No le gustaría a usted pasar sus últimos días en un pintoresco lugar desconocido?". Sí, amo mis cuentos, pero también mis versos y mis novelas. Y en todo lo que amo, el currículum se ha visto tan parco.

En verdad, es mucho pedir que leyéramos cosas bellas e interesantes y no las rancias revueltas, sobre analizadas, sobre estudiadas obras de siglos pasados. Amo a Celestina y a Lazarillo de Tormes, ¿pero cómo los pueden colocar a nivel de la chillona y nefastisima voz de  Cristina García?

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